Con el fin de mejorar el entendimiento sobre el cuerpo humano, muchos médicos han hecho hasta lo imposible. Como los dos médicos que experimentaron con sus propios cuerpos poniendo en peligro su propia vida.
El primero caso es de Stubbins Ffirth (1784-1820), un médico practicante en la Universidad de Pennsylvania, el quiso demostrar que la enfermedad de la fiebre amarilla no era contagiosa. Realizó experimentos en su propio cuerpo, poniéndolo en contacto directo con los líquidos corporales de los infectados.
Se hizo incisiones en los brazos y el vomito negro, que era el síntoma común de dicha enfermedad lo derramó sobre sus incisiones. Con el paso del tiempo Ffirth no se contagiaba, por lo que decidió beber ese mismo vómito.
Finalmente se contagió, y lo que consideró una prueba de su hipótesis. Sin embargo, se demostró que las muestras que Ffirth había utilizado para sus experimentos provenían de la fase tardía de la enfermedad, cuando ya no es contagiosa.
Otro caso es del estudiante de cirugía Werner Forssmann (1904–1979), en 1929 quería saber y aprender todo sobre el corazón. Pero los libros y los experimentos con animales muertos no eran suficientes. Sin ningún tipo de supervisión ni asesoramiento, convenció a una enfermera para que le ayudara a realizar una incisión en una vena de su brazo e introducir un catéter urinario dentro de la aurícula derecha de su propio corazón.
Cuando el catéter penetró 35 centímetros se interrumpió el experimento porque la ayudante lo consideró peligroso. Unos días después se sentó en la mesa de cirugía, tomó un analgésico, y él mismo se introdujo la sonda con éxito. Caminó con el tubo conectado a su propio corazón hasta la sala de Rayos X, donde le fue tomada una radiografía.
Fue la primera cateterización de un corazón humano. A pesar de que fue despedido del hospital por este hecho, Forssmann recibió el Premio Nobel de Medicina en 1956 por sus posteriores estudios en cardiología.
Fuente: La Aldea Irreductible